06 noviembre, 2014

Sueños a color. Capítulo 1, primera parte

Ésta es la primera entrega de una serie que estoy inaugurando y que se llama "Sueños a color", en donde aparecerán textos periódicamente a manera de capítulos. Ojalá sea de su agrado.


La Isla, primera parte

Abrí los ojos y no supe cuanto tiempo había dormido. -Otra vez me está volviendo esto de despertar a media noche, ¿qué hora será?- Después me cercioré, para mi tranquilidad, tratando de moverme lo menos posible, que ella seguía durmiendo. -Dichosos son los que tienen el sueño pesado. Estos malditos moscos me están matando de comezón, debe ser eso, voy a tener que ponerme repelente otra vez. Uy, pero está allá afuera. Pues ni modo, es eso o me voy a terminar lastimando la piel-. Me decidí a ir por él porque era mi mejor opción para volver a conciliar el sueño. Moví primero una pierna, despacio. -Ésta mano, ahora el brazo, sht, pérate wey, se va a despertar-, hasta quedar sentado en la cama. Luego, no se como pero logré pasar sobre ella y me escurrí por debajo del pabellón, con la habilidad de un ninja por supuesto, y conseguí poner los pies descalzos en el tibio suelo. Cuando estaba afuera, libre de la protección del mosquitero, me dí cuenta que además de comezón, tenía ganas de ir al baño. -Bueno, pues voy a aprovechar para ir, pero después de ponerme el repelente porque allá afuera siempre hay un chingo de moscos. Debería haber una tregua en la naturaleza para que no picaran cuando uno va al baño o está en la regadera, esas son chingaderas-. Comencé a untarme la pegajosa sustancia pero me detuve por un segundo, mis labios estaban tan secos como los troncos de las playas. -Lo peor de levantarme de la cama a media noche es que me llegan todas las necesidades de un jalón, caray. Ahora voy a tener que bajar a la cocina por un vaso de agua. Chale. Bueno, así me voy a ir, ni me voy a poner los pantalones de la pijama, total, todos están bien dormidos-. Salí del cuarto a hurtadillas, abriendo la puerta con la lentitud de un ladrón, y con los oídos bien atentos para ver si no había alguien por ahí me que sorprendiera en calzones. Entré al baño y sin cerrar la puerta, vacié la vejiga. -Ah, descansó mi alma, ahora voy por el agua-. Salí al área común, esquivé las hamacas y bajé con calma los escalones de madera de zapote hasta encontrarme en el pequeño patio del hotel. Cómo no traía zapatos y no había ninguna luz prendida, me terminaron de despertar las punzadas que sentí en las plantas de los pies cuando llegué al piso de gravilla. -No mames, no me acordaba. Hubiera traído chanclas. Pues ya estoy abajo, ni modo que regrese-. Caminé más despacio aún, ahora atento al suelo y dando pasos muy cortos, no porque hubiera piedras grandes en el camino, sino porque recordé, eso sí, que en las noches lo sapos salían y andaban brincando de aquí para allá. -Yo creo que salen tantos por las lluvias, ¿no? Lo bueno es que solo son chiquitos, no los enormes llenos de verrugas. De todos modos, imagínate pisar uno sin querer, guácala-.  Dicho y hecho, dí un paso y saltaron dos. Dí otro y saltó un tercero. Afortunadamente fuera de mi camino. Cuando por fin llegue al suelo de cemento del pasillo, pude relajar mi atención y mis pies. Me dirigí hacia la cocina, a unos pasos más de donde estaba. La luz estaba apagada. -Ahora sí, agüita. A ver si no me sale una pinche cucharacha y me corre por la mano o algo así. ¿Pinche Carlos, que no limpia o qué? Anoche me corrió una sobre el pie. Mejor prendo la luz, al menos para verlas, además ni siquiera alcanzo a ver dónde hay vasos-. El interruptor estaba al fondo de la pequeña cocina, así que estiré el brazo y encendí la luz verdosa del tubo incandescente. Había muchos trastos en el escurridor, algunos todavía mojados. Tomé el vaso más limpio que encontré, cerciorándome que nada se moviera alrededor. Serví agua del botellón y me la bebí toda de un jalón. -Qué tranquilo está todo de noche-.
Cuando volví a subir ya no encontré ningún sapo ni cucaracha en el camino. -¿A poco los espanté a todos? Pobres, seguro estaban bien agusto aquí afuerita-. Subí las escaleras de madera y me quedé parado en el último escalón, viendo el lugar, mientras me tomaba el segundo vaso que me había servido con más tranquilidad. -Esta chido este espacio, pero deberían de ponerles unos sillones más cómodos, esas sillas de madera están re gachas. Hace mucho que no estaba en un lugar tan tranquilo. Uff, ya me hacía falta un lugar así-.