Como
muchos de ustedes ya saben, y si no que bueno que están leyendo esto, Que Bo!
es un chocolatería mexicana dirigida por el Maestro Chocolatero José Ramón
Castillo. Recientemente tuve la oportunidad de darme una vuelta por su tienda
de Isabel la Católica y déjenme decirles que es toda una experiencia. ¿A que me
refiero?
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Imagínense
caminando por las calles estruendosas y llenas de gente del centro histórico de
la Ciudad de México. Cansados y sedientos, cuando de pronto llegan al numero 30
de Isabela, como le dicen los locales. Entran a un edificio antiguo
recientemente restaurado y se encuentran con una atmósfera a ¾ de luz, limpio,
con varias vitrinas que exhiben algunas artesanías con motivo del día de los
muertos. Avanzan un poco y sienten la frescura propia de las construcciones con
muros gruesos y de piedra, cuando del lado izquierdo se encuentran con una
serie de mesas del restaurante
AzulHistórico
(que merece una reseña aparte), avanzan otro poco y llegan al fondo del patio
central. Suben una escalera de piedra con un mural bastante grande y se dan
cuenta que ya no escuchan el ruido de la calle y ahora llega a ustedes el
clásico océano de sonidos propios de un restaurante. Tintineos de la vajilla,
gente riendo, murmullos de los comensales que platican. Toman la escalera hacia
el segundo piso y, después de preguntar por la chocolatería a una mesera que
pasaba, giran por un pasillo cada vez más fresco y silencioso, incluso sienten
que se pierden en el laberinto de locales de tiendas de diseño, cuando sin
saber como, de pronto se encuentran frente a un pequeño local con dos mesas
afuera que tienen esta especie de vainas enormes de donde se extraen los granos
de cacao.
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Una
vez dentro de la tienda todo tiene que ver con el cacao. La decoración, las
tazas, el menú, la decoración en las mesas, todo. Te encuentras en un ambiente
que huele a chocolate pero sin empalagar, es un olor sutil. Hay unas pocas
mesas, pero cuando te diriges hacia ellas te topas con una pequeña vitrina en
donde al asomarte descubres un universo en miniatura perfectamente ordenado y
etiquetado. Filas de trufas y bombones rellenos de los sabores más insólitos pero al
mismo tiempo que te transportan a la infancia por un segundo atrapan tu vista. Cosas como
sugus de uva y
motita de plátano te hacen pensar que es una exageración. ¿Cómo va a saber a
sugus? En eso
estás cuando te sorprende una chica muy sonriente con una carta en la mano y te
invita a tomar una mesa. El menú es muy sencillo: bebidas de cacao frías y
calientes; bombones y trufas y uno que otro alimento para no dejar ningún
hueco. Todos los productos son completamente mexicanos, además de que se apoya directamente a los productores, dice el texto.
Decides probar un
te de cacao y chai, y por supuesto pedir
un plato sampler con dos bombones y una trufa. Claro que tienes que optar por
los sabores de temporada: calabaza en tacha y pan de muerto, la trufa dejas que
la proponga la chica.
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Al
probarlos te das cuenta que verdaderamente saben a lo que dicen que saben y no
solamente eso, el sabor es intenso y claro! La textura es la ideal, chocolate
crujiente por fuera, -una capa delgada solamente- y una parte suave, más no chiclosa
por dentro. Que bueno que no hay otro cliente y el personal está ocupado porque
seguro estarás haciendo unas caras de placer, o al menos una sonrisa como de
demente. Al
final, cuando te has acabado las tres delicias en miniatura no puedes evitar el
impulso de comprar una caja y llevas una de diez piezas. No sabes ni como
elegir esos –tan solo- diez sabores pero tratas de tener los más extraños,
porque si todos saben tan bien como los que probaste, esto puede ser algo
genial.
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Ves el reloj y te das cuenta que tienes el tiempo encima, triste de irte pero con una sonrisa enorme que
nadie te quita, ni siquiera pensar que todavía vas a una junta de trabajo,
sales de la tienda y te sientes de nuevo como un niño pequeño que trae una
bolsa de papel llena de travesuras. Cuando llegas a tu casa no puedes esperar a probarlos todos, pero decides no avorazarte y partes los bombones rellenos en cuatro pedacitos para saborearlos mejor (y que duren más!) Terminas haciendo una especie de cata de chocolate con la primera persona que encuentres en casa, solo para poder compartir el placer de semejantes inventos.
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Feliz y con tu caja de chocolates aún sin terminar, los guardas y no puedes evitar comprender el éxito que ha tenido este proyecto, y piensas que el Chef y Maestro Castillo es un
verdadero genio del cacao.
Gracias José Ramón.
Ohhhh.... tengo que probarlos, que buena reseña, saludos.
ResponderBorrarHola! muchas gracias MickMart! no dejes de visitarnos..
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