09 agosto, 2014

El hombre más miserable del mundo.

¿Qué pensarías tú de un hombre que al final de su vida declara que el día más feliz de su existencia había sido el de una comida? ¿Es que no hay alegrías más grandes en la vida de un hombre? ¿No es señal de una vida miserable? ¿No debería avergonzarme? Sin embargo, te aseguro que cada vez que lo pienso, ése es el recuerdo que sobresale. Me acuerdo de todo. Hubo un risotto de marisco que se deshacía en la boca. Tu Giuseppina llevaba un vestido azul celeste. Estaba preciosa y no paraba de ir y venir entre la mesa y la cocina. Me acuerdo de ti sudando en el horno como un trabajador en la mina. Y del pescado crepitando en la parrilla. Ya ves. Después de toda una vida, ése es el recuerdo más hermosos de todos. ¿No me convierte eso en el hombre más miserable del mundo?
El párrafo anterior es un fragmento que me encontré en el libro de Laurent Gaudé, que leo actualmente, "El sol de los Scorta". Se las comparto porque es una idea con la identifico y quizá ustedes también. Me gustó porque yo creo que habla entre líneas, de una forma diferente de ver la vida con la que coincido. Aunque  la cita habla de un banquete muy al estilo italiano, me hizo pensar en los recuerdos más valiosos, esos que no se olvidan jamás. Creo sinceramente que el secreto de la vida está en las cosas simples, en los pequeños detalles, en las cosas que muchas personas no ven. Un café por la mañana, un buen bocado de pastel de tres chocolates, el olor de una fogata. Todo tiene algo, una cara escondida, y yo trato de atraparlos en un dibujo o una fotografía y cuando no tengo alguno de éstos a la mano, un recuerdo. Pero incluso cuando logro hacer una foto o un dibujo, esas cosas, esos pequeños detalles de la vida grabados como Polaroids, no son más que recuerdos de momentos, de experiencias. Cuando leí este párrafo me dí cuenta que eso es una buena comida para mí. Un buen recuerdo. No restaurantes elegantes, no comidas forzosamente exóticas o caras, sino momentos con los que he compartido alimentos e ingredientes con personas increíbles. Incuso cuando hemos cocinado juntos. Sentados a la mesa sin importar si son amigos o familiares, en ese momento son personas alrededor de una parrilla con la grasa chisporroteando sobre las brasas, queso derritiéndose sobre gigantescos portobellos y cebollitas caramelizándose lentamente en una esquina. Si, esos recuerdos son fantásticos, quizá entre los mejores. Seres humanos sentados en una mesa como iguales, adultos y niños, viejos y jóvenes, todos tiene algo que aportar, una historia que contar, una opinión que emitir. No hay, para mí, mejor momento que cuando a todos se nos ha subido un poco el alcohol solo lo suficiente para dejar a un lado los prejuicios, para recordar otros momentos iguales, para reírnos a carcajadas y segur comiendo. Como dijo hace poco Juan Villoro, la comida es una forma de relacionarnos, de expresarnos, de querernos en donde reunirnos para comer sin prisas significa compartir la comida, si, pero también la alegría de estar vivos. 
¿Miserable el hombre que tiene un gran banquete como su más preciado recuerdo? No lo creo. No se que piensen otros, pero yo solo veo una persona que valora los detalles, los sabores, la compañía adecuada en el momento adecuado, la vida en sí misma. Y si eso es ser miserable, yo también quiero ser un hombre miserable.

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