05 agosto, 2015

El tiempo es relativo


La relatividad del tiempo cuando uno está de viaje comparada con la vida citadina, de vuelta a la rutina, a la vida estática, es brutal. Tres meses en India y Nepal se sintieron como una eternidad y unos meses en la ciudad, metido en una oficina se han ido muy rápido. Estando allá hasta me olvidé de lo que había dejado acá. Fue como cambiar de vida por un tiempo, un alivio. Ahora me pregunto que he hecho en estos meses de rutina, de levantarme cada día e ir a trabajar a una oficina, volver a casa, dormir y repetirlo todo al día siguiente. La verdad no se si tengo una respuesta que me agrade.


He estado preguntándome sobre aquello que pasa por la mente de una persona cuando viaja, o mejor dicho, sobre los procesos mentales que experimenta un viajero diferentes a aquellos de una persona que vive en la ciudad, bajo una rutina diaria y un trabajo fijo. Una posible respuesta podría estar en que uno nunca sabe lo que va a cruzarse por su camino cuando se encuentra fuera de su país, en el camino. En mi caso, la expectativa constante, la falta de certeza me hace estar siempre alerta de lo que sucede a mi alrededor. Me obliga a mantener los ojos (si bien todos mis sentidos) bien abiertos. Me recuerda cada mañana que hay cosas en el mundo, muchas de hecho, que están fuera de mi control y que más me vale aceptarlas así, cambiantes, o de lo contrario solamente encontraré frustración y ansiedad. Y hablando de frustración, ansiedad y hastío, es justo como me siento cuando estoy de vuelta en la ciudad de México, en donde cada minuto trato (¿tratamos?) inconscientemente de mantener la mayor cantidad de cosas bajo control, algo que resulta absolutamente egocéntrico e irreal. La simple idea de pretender que todo se ajuste a nuestras necesidades y a nuestros gustos me parece inaceptable pero al mismo tiempo me resulta muy difícil escapar de ella. La ciudad nos obliga a ello: desde el tráfico en las mañanas, la cantidad de gente en el transporte público, el tipo de música que hay en los altavoces, todo debería ajustarse a lo que necesito: ¿que no se dan cuenta que necesito silencio? ¿acaso nadie ve que voy tarde al trabajo? Al final, lo único que resulta de todo esto es una sensación de molestia permanente, de frustración y de cansancio de vivir entre tanta gente. ¿La consecuencia directa? El tiempo corre mucho más aprisa cuando no hay cosas que nos sorprenden porque vivimos tratando de prever lo que sucederá en unas horas, al día siguiente o la próxima semana y dejamos de ver lo que tenemos frente a nuestras narices. ¿De dónde viene esa necesidad de tratar de vivir días adelante en lugar de vivir el presente? 


Cuando estábamos en Bombai unos meses atrás, despertábamos y no sabíamos con exactitud que haríamos esa misma mañana. Ni siquiera teníamos la certeza de lo que tendríamos para desayunar. Procurábamos no hacer planes más allá de uno o dos días adelante, y eso cuando era estrictamente necesario por aquello de los boletos de tren. Eramos libres de hacer lo que quisiéramos, de ir a donde nos diera la gana, de comer lo que se cruzara en nuestro camino. No había compromisos, no había presiones, no había nada planeado. Creo que esa es la esencia misma de viajar, sentirse libre. Como bien dijo Alain de Botton: "si nuestras vidas están dominadas por la búsqueda de la felicidad, entonces quizá pocas actividades revelan tanto de la dinámica de esta empresa - con todo y sus paradojas - como nuestros viajes. Ellos expresan, a pesar de todo, un entendimiento de lo que quizá se trate la vida, fuera de las restricciones del trabajo y la lucha por sobrevivir." Es decir, la felicidad podría tratarse de esos momentos en los que realmente alcanzamos a abrir nuestra mente al mundo que nos rodea y verdaderamente percibimos su belleza, cada detalle, su ritmo. Nos acoplamos a él. Instante en el que la percepción del mundo real logra llenar tanto nuestra mente que los pensamientos sobre el pasado y el futuro son neutralizados temporalmente y con ello calmada la ansiedad. Paz mental, que le llaman.

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La primer fotografía es de la enorme ciudad de Vieja Delhi desde una de las torres de la Jama Masjid, la mezquita más grande de India. 

La segunda es un grupo de mujeres hilando a mano en algún callejón de Patán, Nepal. 

La tercera es la calma del lago de Udaipur, en Rajastán, India, con su Palacio (ahora hotel) en una isla.