30 mayo, 2015

La vida artificial



Suena una especie de campana a lo lejos, entre mis sueños. Logro abrir un ojo a medias y lampareado por la luz de la pantalla logro ver que es el despertador de mi teléfono. Son las 6:40. No se cómo pero logro levantarme para ir, medio zombie, a prender el calentador. Vuelvo a la cama todavía con menos conciencia. Intento volver a dormir pero al parecer apenas cierro los ojos las campanas vuelven a sonar, y yo las dejo. Vuelvo a ver la pantalla y mágicamente ya son las 6:54. Me digo a mi mismo que aun hay tiempo, un snooze... o dos más. Por tercera vez, apenas mi cabeza toca la almohada suenan las campanas. Quizá sea momento de ir despertando.

Sin abrir los ojos me levanto y me dirijo hacia el baño. Todavía no he logrado abrir muy bien ambos ojos al mismo tiempo. Ni poner mucha atención a lo que estoy haciendo. Al terminar, envuelto en una bata verde, encuentro la estufa y pongo agua para el café. Regreso a la habitación, me siento en la cama que no he hecho y trato de enfocar mi atención en el asunto más inmediato a resolver: que ropa usaré. Me decido por los mismos jeans de siempre, una camisa cómoda y  unas botas, siempre mis botas.



La tetera empieza a silbar y es la señal de que es momento de apurarse. En la cocina, muelo un poco de café y preparo una cafetera francesa para dos tazas. Me enfoco en la segunda decisión del día: que desayunaré. Me decido, normalmente, por un plato de avena con leche, plátano, arándanos y miel maple. Natural y real, no de esas cochinadas del supermercado. Tuesto un pan, le unto mantequilla y espolvoreo azúcar. Recuerdo que dicen que el desayuno es el alimento más importante del día. Además si no desayuno bien me dará hambre en el trabajo y no hay que comer comida chatarra. Hay que evitar el gasto hormiga.

Sentado frente a la mesa, con un enorme plato de avena, la radio sonando medio mal sintonizada a la distancia ¿En qué momento prendí la radio? El café, tomo café. La taza grande, con una cucharada pequeña de azúcar y un chorrito de leche. Siempre igual. Poco a poco he ido abriendo los ojos con mayor normalidad, aunque mi concentración sigue sin echarse a andar del todo. La lista de pendientes comienza a aparecer en mi memoria, difusa pero con intención de quedarse.

Termino la avena y el café. Llevo los platos al fregadero y pienso que los lavaré por la tarde. No hay que perder el tiempo ahorita, es mejor llegar temprano al trabajo y así salir antes. Me asomo a la ventana para corroborar el estado del clima. En efecto, debo llevar un suéter ligero, no demasiado grueso porque luego nada más lo ando cargando. Es más, decido no llevar nada porque siempre termino quitándomelo en cuanto llego a la oficina. Reviso con detalle que todo esté dentro de mi morral: libreta, plumas, dinero, llaves, aerosol para el asma. Todo está ahí. Empaco la computadora en su maletín asegurándome de empacar el cable de corriente y el disco duro sino como voy a trabajar. Finalmente salgo a la calle y echo llave a las tres cerraduras de la puerta del departamento, a pesar de que el edificio tiene dos puertas más entre mi departamento y la calle. Doy dos vueltas a cada una de las chapas, como indica el documento pegado en el corcho del pasillo.


La calle. Me enfrento a la tercera decisión del día: que ruta tomar hacia el trabajo. Lo más sencillo sería cruzar la avenida y esperar el microbus destartalado que siempre viene a alta velocidad. Por cuatro diplomáticos pesos me lleva a una cuadra del trabajo. Quizá el día de hoy tenga suerte y encuentre un lugar no demasiado apretado y pueda leer un poco. Eso, si las cumbias no van a todo volumen o el conductor conduce tan mal que la concentración es difícil de mantener frente al sentido de alerta. Por esta ruta me tomaría unos veinte minutos llegar al trabajo, máximo. Me cubro del sol que me da directo en la cara a la sombra de una palmera del camellón, y pienso que debería intentar hacer más ejercicio. He ganado peso desde el último viaje y no veo la manera de perderlo.

Llevo dos cuadras caminado. Me decidí por la bicicleta pública. En esta ruta voy a hacer 30 minutos, incluyendo las caminatas a paso veloz antes y después de las mencionadas bicis. Y hago énfasis en las caminatas a paso veloz porque son saludables, ¿cierto?

Tomo la bici, reviso que todas las funciones estén en orden y acomodo mis cosas en la canastilla: la computadora en su maletín y el morral de piel con mis cosas. Hago una anotación mental de la hora y avanzo hacia el incesante, voraz e imponente flujo de vehículos. Todos grandes, ruidosos y con muchos asientos vacíos, de hecho todos menos uno. Mientras pedaleo veo gente solitaria en su automóvil, siempre con una expresión de enojo, de prisa y algunos hasta de frustración. No falta quien incluso vaya gritando a quien se atreva a interponerse entre él y su destino. Todos solos en su auto. Voy avanzando a una velocidad media sorteando baches, coladeras desniveladas, autos estacionados en donde no deben, peatones distraídos y claro, los mismos microbuses destartalados que pensé en tomar unos minutos atrás. Procuro mantener mi distancia porque nunca se sabe cuál será su siguiente movimiento.



De una forma u otra el recorrido en bicicleta me anima y me hace sonreír. Me revive un poco más que la taza grande de café del desayuno y me hace pensar que fue una buena decisión tomar esta ruta. con un poco de suerte ésto pueda llegar a ser permanente, incluso podría llegar a ser el high light del día.

Cuando llego a la oficina, firmo en la lista de asistencia y me dirijo hacia mi lugar. Me siento alegre, algo cansado por la pedaleada pero con buen ánimo. Cuando por fin llego, ahí está, esperándome mi silla de siempre. También el mismo escritorio, la misma taza con plumas y lápices, el mismo paquete de post-its que abrí hace poco. Echo una mirada a la lista de pendientes que dejé ayer mientras en el fondo solamente pienso en ir por otro café.

De pronto me detengo. Ahí está de nuevo ese pensamiento fugaz que me ha perseguido por los últimos meses y que me asalta por sorpresa como ninja: ¿Qué estoy haciendo aquí? Sin saber que responderme, trato de olvidar la pregunta y ponerme a trabajar, pero ésta vuelve una y otra vez. ¿qué hago aquí? Sé que me llevará a la misma respuesta de siempre: no lo sé.

Me digo a mí mismo que debe haber otra forma, éste no puede ser el único camino posible. Levantarse, desayunar. ir a trabajar. salir, volver a la casa, preparar la comida, seguir trabajando. Esto no puede ser la vida real de la que los filósofos hablaban. ¿Qué estoy haciendo aquí encerrado en una oficina, apretado con otros seres humanos como tenedores en un cajón? ¿Qué estamos haciendo aquí, todos acalorados, clavados un en mundo que no es ese donde crecen árboles sino correos por leer?

Vivimos en el estómago de un monstruo gigante con mil brazos que llamamos metrópolis, que a su vez vive en una burbuja de color gris cemento, opaca y oscura que nos mantiene separados del resto del mundo, no nos deja ver más allá de nuestras narices. Y al vivir aquí, en una especie de vida artificial creada por nosotros mismos, no nos damos cuenta que estamos matando lenta y cruelmente aquello que nos hace más humanos: la capacidad de asombrarnos, de aprender de otras culturas, de adaptarnos y de reírnos de nosotros mismos. Vivimos huyendo de nosotros mismos, viviendo vidas ajenas, con decisiones de otros, gustos de alguien más, sueños de quien sabe quien. La  falta de identidad es la nueva identidad. 

No puede ser, debe haber otro camino.

***

La primera fotografía es un edificio en Darjeeling, al norte de India. Se puede ver que la gente vive en espacios pequeños, muchas familias en un mismo edificio pequeño.

La segunda fotografía es de los cargadores en el mercado de especias de la Vieja Delhi. Ahí todos, incluyendo a los mismos vendedores sufren de una tos interminable provocada por los mismos productos que venden todos los días.

En la tercera fotografía se pueden ver mujeres cargando más de 12 kilos de leña en Lukla, al norte de Nepal, trabajo que deben realizar varias veces al día, diariamente para poder cocinar, bañarse y mantener el calor de sus hogares.

En la última fotografía se puede ver el incesante y monstruoso caos de motociclistas, peatones, rickshaws y vehículos que sucede todos los días en las calles de la Vieja Delhi. 


12 mayo, 2015

El Everest al alcance de todos, primera parte.


Si el día de hoy alguien, un médico, un chaman, un adivino, un meteorito que veo caer por el cielo, me dijeran que me queda poco tiempo de vida ¿qué haría? Probablemente la respuesta inmediata sería que saldría corriendo, cruzaría la calle sin fijarme, esquivaría uno o dos autos, compraría la primera botella de whisky que pueda encontrar y le daría un largo, largo trago. O quizá... no. La opción B, un tanto más realista, me dice que es más probable que mandaría todo a la ch****da. Sí, dejaría atrás todo lo que tengo, tomaría solo aquello que cabe en mi mochila favorita y me iría por ahí a dar el rol, quien sabe pa' donde y quien sabe hasta cuando. Pero ¿por qué esperar hasta que el fin del mundo (o mi mundo, al menos) termine para hacer lo que quiero? La respuesta, quizá, está en los miedos que comparto con todos ustedes. Esos miedos que nos paralizan ante el mínimo indicio de que las cosas se puedan salir de control, de caminar sobre lo desconocido; ese sentimiento que absurdamente nos susurra al oido que si nos alejamos demasiado de ese extraño lugar, término de moda, llamado zona de confort, nunca podremos volver. Persiste en nosotros la idea de que seremos desterrados para siempre como Alicia del país de las quesque maravillas con todo y la pérdida de la propia cabeza. Nada más falso.

Recientemente mi novia y yo tuvimos la oportunidad de comprobar que uno lleva la zona de confort consigo mismo, a donde sea que uno vaya, en el bolsillo y puede sacarla, extenderla y acomodarla en donde uno guste. En nuestro caso esto significó tomar una avioneta destartalada de 10 pasajeros, aterrizar en (debe ser) uno de los aeropuertos más peligrosos del planeta con tan solo 500 metros de largo, caminar diez días durmiendo (en la mayoría de los casos) en habitaciones de triplay, alimentándonos de arroz y lentejas, para alcanzar lo que debe ser el pueblo menos acogedor del mundo: Ghorak Shep, desde dónde puede llegarse al campamento base y, por supuesto, tener unas vistas fabulosas del punto más alto sobre la Tierra: el Monte Everest. Todo con las mínimas pertenencias y sin sentirnos perdidos en la vida. Si ya te nació el espíritu aventurero y piensas que siempre has tenido el sueño de ver un lugar tan espectacular como éste pero crees que está fuera de tu alcance, éste artículo te hará cambiar de opinión. Te diré cómo llegar, que empacar, cuanto pagar y todos los detalles para tachar eso de tu lista de cosas que debes hacer antes de morir, de tu Bucket list, que le dicen.



Preparativos

Primero que nada debes considerar la temporada en la que vas a ir. Toma en cuenta que la mejor época para visitar la región de Khumbu es a mediados de mayo, cuando la temperatura es más agradable, hace más calor y los árboles están floreando. Seguro te encontrarás con los paisajes más verdes y los ríos más nutridos de agua. Podrás empacar menos equipo ya que lo más probable es que no encuentres demasiado frío. Aunque, por otro lado, habrá hordas de turistas y expedicionarios subiendo por el camino a través del valle hasta el Base Camp. Se calcula que en temporada alta llegan a subir hasta 1000 personas por día, con sus respectivos porteadores o cargadores y, en los casos de expediciones grandes, varios yaks. Esto ocasiona la saturación del camino a lo largo de todo el recorrido, falta de espacio de hospedaje y por supuesto, el alza en los precios. Eso sin mencionar que habrá lluvias y cielos nublados con mucha seguridad. Si aún así decides ir en ésta temporada vas a necesitar forzosamente contratar un guía, pero de eso hablaremos más adelante.

Otra opción es ir en los llamados "shoulder seasons" que son un poco antes o un poco después de la temporada alta, esto es entre julio y noviembre, o entre marzo y abril. Ésta última puede ser bastante fría pues el invierno todavía estará presente y pocas agencias organizan salidas debido al riesgo de mal clima. En el primer caso, que yo recomiendo, entre julio y noviembre o quizá hasta mediados de diciembre, es probable que habrá pasado el calor y que cada día los días sean cada vez más fríos, pero también habrán terminado las lluvias del monzón, encontrarás mucho menos gente y tendrás los cielos más despejados del año. Incluso, si tienes la experiencia necesaria en trekkings de varios días, podrás hacer el camino sin guía.

En tercer lugar deberás decidir la duración de tu viaje, todo depende del tiempo del que dispongas, tu condición física y por supuesto, pero en menor grado, de los recursos monetarios. El tiempo mínimo en el que se puede hacer el recorrido desde que bajas de la avioneta hasta que regresas al punto de partida es de 12 días, sin poner en riesgo tu integridad. Hay quien sube y baja en 9, casi corriendo, pero eso no es nada recomendable para la salud a menos que seas un atleta de alto rendimiento... o un loco. No es necesario que haga una descripción detallada de los puntos en los que hay que detenerse a lo largo del recorrido, de los sitios de acampar o de hospedaje, ni de los kilómetros por día u otra información de ese tipo, ya que esos datos están disponible en la red en esta página. Lo que si quisiera decir es que a partir de los 12 días puedes aumentar los que quieras pensando en que cada día de aclimatación o descanso es una oportunidad para conocer un poco mejor, para ir un poco más allá en una de las regiones más increíbles que yo he visto, la región del valle de Khumbu, además de que te será mucho menos extenuante si tienes más tiempo de reposición física. Una vez decididas las fechas lo siguiente será que compres tu boleto de avión y te prepares para el viaje.



¿Qué empacar?

La pregunta del millón de dólares. Como todo, depende de tu plan de viaje y evidentemente no será lo mismo si vas a ir solamente al trekking del campamento base del Everest o también recorrerás varios destinos. En todo caso, solamente te diré, en mi experiencia, que recomiendo que empaques y que no para este trek.

Primero que nada necesitarás cargar lo menos posible, sobre todo si pretendes hacer el camino sin contratar un porteador o cargador, lo que te ahorrará una lana ya que este servicio puede costar desde 5 dólares por día o más, dependiendo de donde se contrate. Después deberás olvidar la moda, el estilo y sobre todo, el confort. No me refiero a que deberás sufrir durante el camino pero si es necesario que sepas que no siempre tendrás ropa limpia o un baño caliente, simplemente porque no es conveniente después de cierta altura. Así es que sin más rodeos, esta es la lista de cosas para empacar. Trataré de que sea en orden de importancia:

Equipo esencial

Mochila. Por lo que más quieras, si pretendes gastar lo menos posible, procura llevar una mochila de NO más de 45 lt. con protección para la lluvia. Recuerda que sino vas a contratar un porteador o cargador, todo lo empaques lo estarás cargando durante los próximos (mínimo) 12 días.
Botas. Unas buenas botas de media montaña al menos, resistentes al agua y al terreno rudo. Y por el amor a tus pies, que ya estén suavizadas o como dicen los gringos: broken down.
Sleeping bag. Apto para tres estaciones o que resista al menos temperaturas de 5 grados. En la noche no te vas a arrepentir de cargarlo.
Chamarra de plumas. No importa si tienes tres capas de sudaderas, siempre te dará frío si no tienes una capa aislante de plumas. Si no cuentas con una, en Katmandú puedes rentar o comprar una por un precio razonable.
Softshell. Una chamarra de capa media o mejor conocidas como softshell. Éstas permiten la salida de humedad del cuerpo más rápida y eficientemente que las sudaderas normales, por lo que mantienen mejor el calor y además deberá ser resistente al viento. Este es un tema importante porque cuando estás húmedo del sudor del ejercicio, lo peor que puede pasarte es que el viento se cuele por tu ropa y te haga pasar un frío intenso. En ningún caso te recomiendo que ésta sudadera o chamarra sea suplida por una chamarra delgada de plástico tipo impermeable porque solo vas a terminar empapado a los 10 minutos de caminar ya que no dejará que la humedad se evapore. Si no las conoces aquí te recomiendo una.
Pantalones. Recomiendo que sean para media montaña, impermeables y de preferencia con fleece (afelpados) por dentro. Esto te permitirá mantenerte caliente y seco en caso (frecuente) de lluvias o nevadas. Si no cuentas con ellos, también se pueden encontrar por precios razonables en Katmandú.
Playeras. (2) Mejor que sean deportivas de telas de secado rápido, NO de algodón. Es frecuente que pensemos que las playeras de algodón son mejores para absorber el sudor, pero en la realidad son pésimas para este tipo de actividades ya que jamás se secarán. Mejor llevar las deportivas que además ocupan muy poco espacio y son muy ligeras.
Calcetines. Indispensable: tres pares de calcetines gruesos, de preferencia de lana, no de algodón. Esto es por las mismas razones que las playeras: el algodón absorbe mucha agua y no se seca rápido. Además la lana evita mejor las ampollas. Algo muy recomendable es llevar dos tipos de calcetines diferentes: unos gruesos y otros más gruesos.
Buff. Para mí, las famosas bandas tubulares multifuncionales son esenciales no solo estando de viaje, ¡sino en la vida diaria! En este viaje te servirán para cubrir tu boca y nariz del frío intenso de las mañanas, mientras caminas, y así evitar la famosa tos del valle de Khumbu. Créeme, me lo vas a agradecer.
Toalla. Una toalla pequeña de secado rápido. No recomiendo en absoluto las toallas normales, ni muy grandes por la misma razón que las playeras de algodón: nunca terminan de secarse.
Lentes de sol. No es una cuestión de moda ni imagen, sino totalmente un asunto de protección. En ocasiones la luz solar puede ser sumamente intensa (si hay nieve aún más) incluso al nivel de causar lesiones leves en los ojos. Es mejor siempre estar prevenido. No olvides llevar una correa de cuello para que no vayas a perderlos en uno de los muchos puentes o al esquivar un yak en el camino.
Sombrero o protección para el sol. No hay que dejarse llevar por la idea de que será un lugar en dónde hace frío, al igual que los lentes, el sombrero es una necesidad ante caminar varias horas bajo el intenso sol de las montañas.  Lo más recomendable es llevar un flexible de tela que pueda empacarse fácilmente.
Gorro o protección para el frío. Indispensable: que cubra las orejas. En algún momento mi guía me dijo una frase que no se me olvida, señalando la cabeza: éstos es nuestro cuartel general, no podemos dejar que nuestro cuartel general se congele o no podremos pensar bien. Nada más cierto. Además el constante enfriamiento es uno de los factores que llevan a sufrir mal de montaña o de altura, así que siempre hay que mantener la cabeza cubierta y caliente.
Guantes. Es sencillo, los dedos son lo primero que se pueden congelar ante un descenso súbito de la temperatura.




Elementos adicionales

El equipo que enlisto a continuación es muy importante y no recomiendo que sea sustituido por otro tipo de cosas. Principalmente porque son los artículos y/o productos que serán indispensables en el camino y que sin ellos puede volverse una cosa bastante tortuosa.
Bastón para caminar en montaña, al menos uno. Alguna vez me dijo un guardabosques del Parque Nacional de los Volcanes en México que no se trataba de una moda o de un lujo, sino que los bastones son la mejor manera de caminar correctamente. Coincido totalmente.
Botella de agua. De un litro y es indispensable que sea resistente a golpes.
Pastillas purificadoras de agua. Aunque el agua embotellada está disponible en casi todo el camino, quiero recordarles que las botellas desechables son sumamente contaminantes e implica que deben ser llevadas por personas, caminando hasta allá arriba. Por eso es mejor ser sustentables y usar botellas reutilizables. El agua corriente está disponible en todo el camino, y aunque es sumamente limpia no es adecuado confiarse, por lo que será necesario llevar pastillas potabilizadoras para evitar contraer alguna enfermedad estomacal que pudiera complicar las cosas, sobre todo pensando en la altura en la que estarán. Hay de muchas marcas y de varios precios, sin embargo no deberán pasar de 30 rupias ($10 pesos mexicanos) la caja con 50 pastillas, y son perfectamente adquiribles en Katmandú. Lo único que hay que hacer es poner una de las pequeñas píldoras en un litro de agua, agitar y esperar media hora. Después el agua es perfectamente potable. Dado que el agua limpia o clara está disponible en todo el camino, no es necesario que lleves una bomba filtradora de agua disponibles en el mercado.

Equipo opcional

En esta sección enlisto el equipo que aunque considero de gran utilidad, no es indispensable para hacer el trekking con éxito. Pero vamos, algunas cosas pueden hacer la vida más fácil sin tener que agregarle muchos kilos a la mochila.
Lámpara de cabeza. Más que para el camino es muy útil para las mañanas y las noches en las que uno busca cosas en la mochila y no hay electricidad o la iluminación es poca. Eso y las salidas al baño a media noche.
Kindle. Absolutamente no se te vaya a ocurrir llevar un libro enorme. Vas a terminar arrojándolo a la estufa a la primer noche. Pero si debes considerar que hay tardes largas descansando por lo que un buen libro (o varios) pueden ser una gran idea. Para evitar llevar un par de kilos extras en la mochila, mejor empaca un Kindle que puede almacenar varias decenas de libros. ¡Además la batería le dura una eternidad! Aquí te dejo un link para quelo pidas por Amazon.
Toallas humedas de baño. Los primeros cuatro días podrás bañarte con agua caliente y toda la cosa sin ningún problema. Incluso puede ser que no te cueste extra. Sin embargo después de esos días todo empieza a costar más y más. Además a cierta altura y temperatura no es recomendable tomar baños ya que peuden ser contraproducentes y agarrar algún enfriamiento. En esas ocasiones las toallas húmedas serán una bendición.
Barra de jabón chico. No hay mucho que decir, más allá de que el gel de baño se derrama y que una barra grande pesa mucho. Descarten absolutamente las famosas “láminas de jabón” ya que son un dolor de cabeza.
Sandalias. Ya sea para bañarse, cuando es posible, o simplemente para descansar de las botas después de un largo día de caminata, unas sandalias ligeras son indispensables.
Ladrón de corriente para foco. Y aquí les comparto el mejor tip que podría darles. Un ladrón de corriente muy a la mexicana. Piensen en lo siguiente: allá arriba cada hora de carga de cualquier electrónico puede ir desde 250 a las 500 rupias LA HORA y con el frío los aparatos electrónicos tienden a descargarse muy rápidamente. Así que créanme que ese ladrón será su posesión más preciada durante los 12 días del recorrido. Si no saben de qué hablo, aquí les dejo un ejemplo de ladrón de corriente para foco.
Ipod. Un gusto muy personal es escuchar mi música favorita mientras camino en la montaña que además puede ayudar a reducir el cansancio y el agotamiento.
Cámara fotográfica. A menos que seas un fotógrafo profesional, no te recomiendo llevar mucho equipo fotográfico. Quizá una cámara digital, con memoria suficiente o varias tarjetas, puede ser suficiente En mi caso también llevé un tripie de viaje Gorillapod y fue realmente útil.
Batería extra. Ya mencioné que por las noches, en el frío, los aparatos electrónicos suelen descargarse rápidamente. Por eso nunca estará de más cargar con una batería extra para la cámara.
Mapa. Creo que es una regla de las actividades de montaña: siempre tener un buen mapa de la zona, nunca se sabe cuándo puede resultar útil. Sin mencionar que es muy entretenido pasar las tardes viendo el camino andado y lo que viene para los siguientes días.

Comida

Finalmente como punto final, les recomiendo llevar algo de comida en la mochila. Esto no quiere decir que es necesario llevar latas de atún y demás comida de campismo, siempre hay alimento disponible en el camino. Incluso es altamente recomendable consumir alimentos locales para ir evitando el mal de montaña, además de apoyar a la pequeña economía local. Pero es muy bueno tener algunas fuentes de energía a la mano cuando se está caminando. A mi me parece que estos son productos más recomendables, y pueden encontrarse en cualquier tienda de Nepal:
Chocolates pequeños. Útiles y convenientes en cualquier trek del mundo. Si son orgánicos, mejor.
Nueces. Cualquier mescla es buena, pero de preferencia que no contenga garapiñados o cubiertas de azúcar o demasiada sal.
Fruta seca. Otra excelente fuente de energía rápida y nutritiva.

Carne seca o beef jerky. Y mi favorita, la carne seca en trozos. Dura muchísimo sin echase a perder, es sumamente ligera y proporciona proteína, muy necesaria para que los músculos se repongan después de mucha actividad. Hay infinidad de recetas, marcas y demás. Quizá lo más sencillo es comprarla en cualquiera de los supermercados de Katmandú, antes de iniciar el viaje. 

Eso es lo que creo que debería ir en la mochila. En total no deberá pesar más allá de 8 kilos para hombres, y 5 para mujeres, de lo contrario será un poco más pesado el camino. Lo más recomendable es buscar comprar el equipo más liviano y compacto posible, cuesta un poco más pero vale la pena la inversión.

Y pues por ahora ya saben lo primero que deberán planear. Pueden empezar a preparar todas las cosas necesarias para el viaje mientras yo preparo la segunda parte de esta mini guía de El Glouton para que el Everest esté al alcance de todos. Debemos tirar esos miedos y enfocarnos en que no hay nada imposible.

***

Escogí cuatro fotografías con paisajes típicos de la región de Khumbu:
La primera soy yo, tomando una imagen de las famosas banderas cerca de Namche Bazar.
La segunda es uno de los muchos puentes colgantes que se cruzan en el camino.
La tercera es un Yak pastando libremente.
La cuarta es un paisaje del valle de Khumbu, cerca del monumento a Tenzing Norgay.


08 mayo, 2015

El pecado de las cadenas internacionales


Imagínate la escena: llevas una semana en India, te hospedas en un barrio popular que no se parece a lo que anunciaban en internet ni tu hotel está tan limpio como decía booking.com. Has estado comiendo daal bhat o arroz con lentejas por días porque el chicken masala ya hizo estragos en tu sistema. El chai es delicioso pero extrañas tu americano con leche de cada mañana y no le has encontrado el encanto a los baños asiáticos, cuando a lo lejos vislumbras un anuncio que te resulta familiar: una sirena en un círculo verde y no puedes evitar sonreír, caminando hacia ella involuntariamente como si fueras un zombie. Estoy seguro que, como a muchos, te ha pasado que a lo lejos ves una gran M amarilla y piensas: "estoy hasta acá, no voy a terminar comiendo una hamburguesa doble con queso" y acto seguido estás embarrado de salsa de tomate en toda la cara. Seguro, como la mayoría de los viajeros, tienes como objetivo probar la comida local, comer lo que los locales comen y salir corriendo cada vez que ves algo que resulte remotamente familiar. Pues una cosa te digo: relájate, no tiene nada de malo entrar en ese terreno conocido, esas embajadas de casa de vez en cuando. 

Piensa una cosa: viajamos para conocer la cultura local, y a menos que viajes a una aldea del Amazonas o camines por el desierto de Atacama, entrar a un Starbucks en Perú o pedir una McTrio en Bombay no es un pecado si piensas que es también donde los locales van. Hazte a la idea de que una pequeña dosis de franquicias no acabará con tu reputación de viajero intrépido comedor de alacranes fritos. Recuerda que es parte de la experiencia gastronómica local y te da la oportunidad de ver como ligan los chamacos locales. Incluso vale la pena por el simple hecho de probar los menús de las cadenas en otros lados. Por ejemplo, yo probé hamburguesas completamente vegetarianas y flotantes de Coca-Cola con helado de vainilla en McDonalds en India y he vivido para contarlo. 



Y si no te parecen suficientes razones, piensa que generalmente las cadenas tienen WiFi gratis, baños limpios "western style", aire acondicionado y siempre puedes pedir un vaso con hielo o una botella de agua y refugiarte un rato del caos de vivir en el camino. Es más, aún cuando no me encuentro de viaje, constantemente estoy corriendo de un lado a otro de la enorme y monstruosa Ciudad de México y es frecuente que me tome un respiro en alguna cadena de café que me resulte conocida. Se me ha vuelto una costumbre y en perspectiva es genial conocer rincones cómodos y agradables en diferentes rincones de la ciudad. Ahora mismo escribo este artículo desde un sillón con un batido de moras con yogurt tamaño venti en la mesa.

Así es que no lo neguemos más, entrar a un Starbucks es como entrar a un oasis de confort y seguridad que nos hace sentir como en casa. No hace falta que lo disimules, mejor relájate. ¡Nada más no hagas que los baristas se aprendan tu nombre!

***

La primera foto es la prueba de que escribo este texto desde un Starbucks. 
La segunda soy yo, terminando uno de los mejores desayunos de mi vida en un rincón de Pokhara, Nepal.