26 mayo, 2013

Huerto Romita, Mercado el 100 y otras maravillas.

Hoy tuve la oportunidad de darme una vuelta con Diana al Corredor Cultural Roma Condesa en su décima edición, principalmente en la parte de sustentabilidad, cultivos orgánicos y esas cosas maravillosas, en lo que ellos llaman el Corredor Ambiental en Casa Drölma y fue fabuloso.

Llegamos y lo primero que nos gustó fue la casa, de esas viejas de la colonia Roma. Subiendo las escaleras nos topamos con que había como 20 o 25 stands de diferentes grupos, tiendas, asociaciones, ONGs y demás personas todas con la misma idea: hacer de esta ciudad y este mundo en general un lugar más amigable. Eso fue lo que sentí.

Primero participamos en una plática sobre captación de agua de lluvias por el grupo IslaUrbana que me hizo pensar que no entiendo porque no se había aplicado algo tan sencillo antes. Luego pasamos a un taller de pan rústico orgánico... Delicioso. Ya terminando recorrimos varios stands, desde productores de un te chai orgánico muy rico, hasta fabricantes de filipinas de algodón también orgánico en donde tuve la suerte de encontrarme con un buen amigo que no esperaba ver. Una alegría más.

Sin embargo reafirmamos nuestra idea de que existe una fuerte corriente de personas preocupadas por el consumo de alimentos naturales, orgánicos, libres de cochinada y media e incluso por la producción casera para el autoconsumo, que es lo que estamos buscando la güera y yo. Organizaciones como el Huerto Romita y el Mercado el 100 que fomentan este tipo de ideas, y con mucho éxito pienso yo, deberían existir más.

Todo esto me puso a pensar en la 'vida moderna' actual en donde, al menos en la ciudad de México, cada vez tenemos menos espacio para vivir. En donde todo la comida es cada vez más grandota pero insípida, ni sabemos de donde viene la comida que comemos y el agua que usamos, que hicieron para producirla, y que efectos secundarios tuvo. ¿No es estúpido que la gente de Coyoacán, Tlalpan y el Ajusco consumamos agua de Valle de Bravo cuando llueve todos los días en verano? ¿Que comamos jitomates que no saben a nada pero tiene el tamaño de una toronja?
¿En serio esa es la idea de progreso? ¿Ese es el ideal al que todos 'debemos' llegar?
Pues no lo quiero.
No necesito vivir en un edificio con alberca, jacuzzi, pista de correr, estacionamiento para tres coches, gimnasio y valet parkin' pero con 40 metros cuadrados y unas pocas horas de luz al día porque casi ni ventanas tiene. Tampoco necesito estar viendo el futbol, las novelas, los noticieros sangrientos cada día. Mucho menos quiero tener que llevar a mis hijos a una escuela en donde aprendan que es una vaca y un puerco en un libro pero que la maestra en su vida los ha visto en realidad.
Cada vez más vivimos sin vida, encerrados en unos cuantos metros sin ventanas y lejos del mundo y de las cosas que en verdad importan. Me niego a aceptarlo.
Es por eso que gente como las del Mercado el 100, Huerto Romita y otras me inspiran a buscar cosas diferentes y me recuerdan que no todo esta mal en esta ciudad. Gracias.

Por eso en la vida yo solo quiero espacio.. Espacio para tener mi huerto, salir al sol, ver verde y estar en paz.. A la chingada lo demás.

17 mayo, 2013

El Santuario del Sr. Puerco



¿Alguna vez ha visto usted que una montaña humeante de cerdo cocido, tan grande como pueda imaginar, pueda desaparecer de su vista en menos de 20 minutos, y no precisamente porque se deseche? Pues es exactamente eso de lo que fui testigo hace unos días cuando tuve la oportunidad de ir a echar un taco a “El Abanico” en la calle de Francisco J. Clavijero 226, para conmemorar el día de la madre.
Le diría que cierre los ojos por un momento mas no podría seguir leyendo. Mejor simplemente imagínese mientras lee una de esas grandes empresas culinarias al puritito estilo mexicano. Prácticamente una bodega enorme con poca decoración, mobiliario de hace 20 o 25 años, de metal para aguantar el uso rudo que se le da, varias pantallas planas en los muros e, indispensable, techos altos que permitan disipar el calor emitido por tanta gente sufriendo el sudor de la carne y el de las salsas al mismo tiempo; un batallón de meseros tan numeroso que parecería que hay más de ellos que comensales, algunos de los cuales aparentemente solo se dedican a llenar a empacar bolsitas y bolsitas de cilantro con cebolla, como si se tratara de empleados de Nike en Malasia, igual de rápidos y especializados, todos corriendo y bromeando tan sincronizados mientras atienden sus mesas y ven de reojo el futbol.
En este templo dedicado al puerco, digno de Anthony Bourdain, hay tantas mesas para cuatro personas como pudieran caber, eso del espacio reglamentado entre sillas, mesas y pasillos les parece una payasada. Por otro lado una barra casi continua de superficies de acero calientes: algo así como el altar del santuario en donde una larga, larga fila de asiduos feligreses se forman durante un buen rato para poder pedir para llevar unos varios kilos de maciza con cuerito, buche o chamorro y llevar la fe hasta sus hogares. Tratando de entender el funcionamiento de esta religiosa sección me doy cuenta que cada pocos minutos aparece una enorme charola con varias docenas de quesadillitas de sesos, cubetas de salsas y torres de tortillas calientes, entre rebanadas de árbol y macheteantes brazos. Es en este momento cuando caigo en cuenta: hay una monumental tina de acero en donde cada cierto tiempo traen de quien sabe que mágico lugar una gigantesca montaña de carne y viseras. Delicioso.
Tengo que verlo de cerca, pienso, y me acerco entre el tumulto de meseros y parroquianos; sin embargo cuando llego es tarde, la monstruosa pila ha desaparecido: ha sido repartida y devorada.