03 septiembre, 2014

Tarde chocolatosa

En estos días supuestamente veraniegos ya no se sabe si hará calor, fresco, lluvia torrencial o un solazo digno de un acapulcazo en la azotea con chelas un todo. Dicen que es el cambio climático el culpable de que el clima sea cada vez menos predecible, otros dicen que siempre ha sido así en la gigantesca Ciudad de México que cada vez parece menos ciudad y más un monstruo devora personas. De pronto me parece que esta megalópolis, desconozco si es el caso de todas, nos va chupando poco a poco, dejándonos escasos de eso que quien sabe como se llame, pero que nos hace empáticos unos con otros, que nos hace más humanos y menos máquinas. Cada día me encuentro con personas menos sensibles al mundo, o para no ir tan lejos, al entorno en el que viven. Y ni hablar de la naturaleza real, no la que se ve en la televisión. Leí hace poco que lo que nos hace diferentes de los animales, en opinión del columnista, es que tenemos la necesidad de cubrirnos el cuerpo. Esto es raro porque seríamos, en ese caso, el único animal que no está adaptado para vivir en su entorno. Otros dicen que es la capacidad de prever el futuro y tomar precauciones nuestro bonus en la evolución. Yo no soy ningún científico y no se si existan varias características que nos separen de nuestros amigos primates, pero me parece que algo que es clarísimo es que somos los únicos que creemos que podemos dominar el planeta, que estamos más allá de la naturaleza y que estamos "destinados" a aprovecharla. Para mi no hay mentira más grande. 
La verdad pienso que esas personas que creen que solo porque pueden matar un animal de una balazo, o pueden usar cualquier recurso natural para lucrar, son realmente cortos de pensamiento. No se dan cuenta que eso que según ellos controlan es parte de ellos mismos, y que ellos son parte de ella. Nadie escapa a la naturaleza, ni la controla, ni la domina. Cuando nacemos, en este mundo globalizado y tecnificado, somos virtualmente arrancados de el lugar al que verdaderamente pertenecemos. Como un cachorro separado de su madre al nacer. Crecemos huérfanos, sin orientación y desamparados, aprendiendo lo que podemos en el camino. Llega un momento en el que somos incapaces de proveernos de nuestros propios alimentos si no es a través de una cadena de producción. Desconocemos como satisfacer nuestras necesidades más básicas si no es a través de una tienda y con dinero. Incluso hemos olvidado los placeres más grandes de la vida. No hay nada que se compare, desde mi punto de vista, con pasar una tarde sentado tomando el fresco, viendo el atardecer sin hacer nada en específico, por poner un ejemplo. Ahora cualquier diría que es una pérdida de tiempo.
Sin embargo, habemos (y aquí si me incluyo, por fortuna) algunos que desde pequeños buscamos reencontrarnos, a nuestra particular manera y ritmo, con esa parte que nos fue robada. Para algunos es rescatar animales teporochos de la calle, para otros salir a hacer picnics. Para mí, una de las muchas formas de sentirme vivo es cocinar. El ancestral arte de transformar ingredientes sencillos en maravillas. Cocinar nos hace humanos, escuché recientemente en este genial video, y no podría estar más de acuerdo. Por esa razón, de vez en cuando me gusta preparar algunas delicias sin mayor motivo que el disfrute de una lluviosa tarde capitalina. Y es así como hoy terminé sin salir de casa, preparando estas chuladas: Molten Chocolate Soufflé.. o lo que es lo mismo souflés de chocolate fundido. La receta la obtuve de esta increíble página web llamada ChefSteps.com, fácil y rápida. ¿Y pues que les puedo decir sobre los soufflés? Tienen una parte esponjosa y consistente en la parte que sobresale del ramekin o molde cerámico, pero una sorprendente textura cremosa, suave y ligera al interior. Hasta me viene a la mente ese término muy uyuyuy que luego uno lee en los libros: una textura aterciopelada en la lengua. El chiste es que les aseguro que se les va a derretir en la boca. 
No queda más que disfrutar de estas delicias con un buen vaso de leche fría y unas cuantas galletas para chopearlas en el chocolate derretido del interior, mientras veo una película y escucho como cae la lluvia del otro lado de la ventana. 








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