14 febrero, 2015

La fantástica historia del Omelette Man


Recientemente mi novia y yo regresamos a la vida citadina después de un largo y fantástico viaje de casi tres meses por el norte de India y Nepal. Dejando a un lado la terrorífica idea de volver a la rutinaria vida que impone habitar una de las ciudades más grandes del mundo, sobre lo que quizá escriba más adelante, hemos ido asimilando poco a poco las experiencias, a la gente y todo lo aprendido. Realmente, a menos que se viaje por tiempo casi o totalmente ilimitado, por más que uno trate de llevarla con calma, creo que es difícil tener el tiempo suficiente para ir digiriendo cada momento. Para nosotros eran tantas las cosas que aparecían frente a nuestros ojos, sobre todo en una cultura tan alejada de la mexicana, que era como recibir más emails en la bandeja de entrada de los que podíamos ir leyendo. Sin embargo, después de algunos días de viaje uno siempre cambia de ritmo mental, (en mi caso siempre se me bajan las revoluciones para bien) y comienza a ver un poco más allá de los letreros de hoteles, toilets y souvenirs. Creo que es el momento en el que uno comienza a igualar la cadencia de los días propios con los de la vida local, cuando estamos realmente en armonía con el lugar; cuando empieza el verdadero viaje. 

Conforme nuestro viaje avanzaba hubo varios tópicos que iban saltando a nuestros ojos. La forma de ser la gente, su percepción del espacio personal (o no)  y la manera de comer, por ejemplo. Pero hubo algo que nos llamó mucho la atención y fue el impacto de las guías de viajes en la vida de la gente ordinaria. No la gente que viaja, sino de aquella que permanece sedentaria, viviendo su vida con normalidad. Las personas que viven de los que se mantienen en movimiento. 

En varias ocasiones a lo largo de nuestro viaje, mi novia y yo decidíamos explorar áreas no tan turísticas, después de visitar los must-see, (ja!), y adentrarnos en barrios locales para ver la vida real, no la prefabricada para turistas. Para mi significaba una cosa: probar la comida real, callejera. Comer ahí dónde los meseros que atienden los restaurantes turísticos comen. Ahí es donde está la buena comida. Nuestro modus operandi era buscar puestuchos o locales que tuvieran gente, una de las reglas de la comida callejera, antes de buscar algún sitio recomendado en la guía. Preferíamos tener que elegir nuestra comida de un menú que no entendíamos, (pero que aprendimos a descifrar con el tiempo) o señalando los platos de las mesas vecinas, antes de llegar a un lugar que tuviera hambruguesas y pasas fritas; o peor aún "mexican food" consistente en nachos no muy crujientes con queso frío. Sin embargo, a pesar de nuestros esfuerzos, en no pocas de esas exploraciones lejos de los letreros en inglés, turist information booths y latosos caza clientes, nos encontrábamos perdidos en un mundo de gente ocupada y que casi no hablaba inglés, con un hambre tremenda después de caminar cuatro o cinco horas y sin ningún buen lugar para comer a la vista. Era entonces cuando recurríamos a nuestra obesa Lonely Planet.

Pero ahí estaba lo interesante. Cada que atinábamos a localizar uno de los lugares que aparecían en la guía, descubríamos que estaba lleno de extranjeros, puros mochileros como nosotros. Frecuentemente se trataba de diminutos lugares con unas pocas mesas, o sin mesas en absoluto, con las paredes llenas de firmas, fotografías o banderitas de todos los visitantes y con un producto o platillo estrella que se servía uno tras otro. Muchas veces estos negocios eran llevados por la familia completa y comúnmente estaban a reventar o incluso había fila para entrar. Eso sí, en nueve de cada diez recomendaciones la comida era excelente.

Lo primero que saltaba a la vista era que a las familias que llevaban estos negocios no les iba tan mal. No tenían ropas tan sucias y su aspecto era más aseado. ¡Incluso algunos estaban panzones! signo inequívoco de prosperidad en India. Entonces fue que nos empezamos a dar cuenta de la influencia y la importancia que puede tener un libro para la gente local, más allá del peso que tiene en los viajeros y su experiencia. Más interesante aún si pensamos que se trata generalmente de libros que fueron publicados en otro país, y que muchas veces ni siquiera entienden porque están escritos en otro idioma. Asombrados por este fenómeno comenzamos a preguntar a los que nos atendían cual era su historia.



Así, nos topamos con cafesuchos oscuros y lúgubres que vendían solamente café y los mejores pasteles caseros de Kathmandú, locales diminutos pintados totalmente de azul, con paredes tapizadas de rostros asiáticos, que preparaban los Lassis más atiborrados de fruta (¡y deliciosos!) de India, o con los mejores Thalis y absolutamente el mejor servicio que el subcontinenete nos pudo ofrecer. Hasta que un día, junto al mercado de Sadar, en Jodhpur, que nos tropezamos con el Omelette Man sin saber que era toda una celebridad entre los viajeros.

El dueño de la Omelette Shop empezó en 1974, según nos contó mientras leíamos recortes de periódicos y desayunábamos sus deliciosas creaciones, con un puesto que vendía todo tipo de alimentos. Arroces, fideos fritos o chowmein, sandwiches y, entre todas las opciones, omelettes de huevo. "No vendía más allá de lo normal para uno de esos puestos de comida", nos dijo. "Hasta que un buen día, en 1999, vino un hombre de Lonely Planet, probó mi omelette y le encantó, y así fue como en la siguiente edición de la su guía de India aparecía mi tienda pero especialmente recomendaba mis omelettes. Poco a poco la gente fue llegando y solo ordenaban eso: huevos revueltos, ninguna otra cosa de mi menú, así que con el tiempo fui dejando de vender lo demás. Ahora vendo más de 1500 huevos al día." continuó platicándonos el hombre, parado junto a su tienda que no es más allá de una estufa de fierro con espacio para un sartén, algunos trastos de cocina viejos, unos pocos bancos y pilas y pilas de cartones de huevo. Según siguió la historia, en ese entonces no tenía más que una sola opción de omelette, ahora tiene toda una carta llena de opciones, entre ellas diferentes recetas de masala cheese, distintos tipos de pan y un clientela infinita. Cuando le preguntamos si recordaba al dude de LP nos contestó que no, que jamás supo quien había sido pero que "es la persona con la que más agradecido está en la vida, después de Dios." Ahora lleva el lugar junto con su hijo, es de las personas más famosas de la ciudad, ha salido en innumerables periódicos y revistas locales y programas de televisión, y la gente de los hoteles le pregunta que como le hizo o a quien le pagó para tener tanto éxito. Cuenta con cuadernos en los que los que tenemos la suerte de probar sus creaciones dejamos pequeñas (o no tan pequeñas) notas. De hecho llena uno cada tres meses. Incluso ha expandido el negocio y ahora tiene, ahí junto a las pilas de huevos, una agencia de viajes que "va bien, poco a poco", según nos contó. Lo más curioso de todo es que desde hace varios años, él y su esposa se han vuelto vegetarianos y no consumen huevo. "Recuerdo que mi omelette era bueno, pero ahora ya no lo sé, mi hijo es el que se encarga de eso" dijo sonriendo, al tiempo que nos despedíamos y tomábamos una foto.

La experiencia con este amabilísimo y siempre sonriente hombre nos hizo pensar en cómo es que la recomendación de una guía sobre un restaurante u otro, sobre cierto lugar u otro puede afectar seriamente el flujo de turismo, pero sobre todo tiene el pode de cambiar la vida de la gente. Quizá cuando compramos y usamos una guía en un viaje no tomamos en cuenta la huella que podemos dejar, a pesar de no ir en grandes autobuses con grupos de 40 personas. No se si esto sea algo bueno o malo, y tampoco critico el uso de las guías de viajes, en muchas ocasiones incluso nos salvó el día, solamente creo que es bueno ser consciente de la marca que uno puede dejar en cada lugar cuando viaja. Al final podríamos estar ayudando a cambiar la vida de una persona y de una familia completa.

¿Conocen a alguien a quien las guías de viaje hayan cambiado su vida? ¿Alguna opinión sobre viajar con o sin guía?

La primera foto es Diana con el Omelette Man, la segunda el mejor Thali que probamos en todo el viaje, y lo mejor de todo es que ¡era de relleno ilimitado! Les dejó este video para que echen un ojo a la tienda del Omelette Man. 


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