25 febrero, 2015

Las cinco reglas para comer comida callejera, sin morir en el intento.

Ya sea se viaje, tratando de estirar nuestro presupuesto lo más posible, o de regreso en la ciudad también tratando de extender la quincena al máximo, o quizá ahorrando para el siguiente viaje, siempre estamos buscando la manera de recortar nuestros gastos al mínimo. La vida urbana, (o como decía John Muir, sobrecivilizada) nos deja poco tiempo, y muchas veces energía, para cocinar en casa, así que cada vez somos más los que terminamos comiendo fuera. Cada día escuchó más casos de personas que gastan mucho o todo su dinero comiendo en restaurantes diariamente. Pero aceptémoslo, todos sabemos que la comida callejera es la más barata y, en mi opinión, la mejor. Un buen porcentaje de esos asiduos parroquianos de las fondas piensan que la comida callejera es peligrosa, que se pueden enfermar, y prefieren gastar esa plata en alimentación costosa, cuando en realidad se les hace agua la boca cada vez que pasan junto al puesto de carnitas o de gorditas de chicharrón.  Porque otra verdad es que ¿a quien no le gusta comer fuera, en la calle?  La mejor comida siempre será la callejera, en México o en China.

¿Y qué decir de cuando uno está de viaje? si yo no fuera tan fanático de los puestos de comida, probablemente no habría tenido la fortuna de probar uno de los mejores omelettes de India, ni de conocer la maravillosa historia del Omelette Man. Y pues sí, siempre existe el riesgo de contraer algún bicho polizón, sobre todo cuando uno está de viaje, pero para eso les voy a decir mis cinco reglas de oro para comer en la calle y no morir de un calambre estomacal. 

1. Busco siempre los lugares con más gente. Los locales nunca se van a equivocar. Piénsenlo un poco, si ustedes fueran a comer tacos al puesto frente a la oficina y se enfermaran, ¿volverían al día siguiente? ¿los recomendarían al colega de la oficina de junto? ¡Obviamente no! Sigan a la multitud.

2. Siempre que sea posible, pido aquello que tenga que ser preparado al momento, a la vista de los clientes. Eso evita que me sirvan la horrible comida oreada de las vitrinas o la que tienen ahí ya preparada bajo la mesa. Una buena alternativa para esto es pedir aquello que pueda ser frito de nuevo. No hay bicho que sobreviva a un aceite a 60 grados. 

3. Cuando compro frutas y/o verduras, especialmente cuando estoy de viaje, solamente elijo aquellas que tengan una cáscara que pueda pelar yo mismo, como plátanos, naranjas, mandarinas; o que pelen al momento, como la papaya, mango, jícama, etc. Así evito que las laven con agua-puerca.

4. Siempre prefiero pedir aquello que necesita ser hervido, asado, pasado por aceite (sí señor, a pesar de los triglicéridos) o algo similar. De nuevo el mismo principio, los mugrosos bicharrajos no sobrevivirán a esas temperaturas.

5. No es nada que las abuelitas no nos dijeran, pero procuro no comer mariscos si no estoy en la costa o cerca de un cuerpo de agua ya sea río o lago, a menos que la ciudad o el lugar sea famoso por ese tipo de comida, por ejemplo las empanadas que venden en el Mercado de Pescado de la Nueva Viga. Uff...



Ya decir que busco el lugar más limpio esta un poco de más porque es algo muy relativo, eso y procurar lavarse las manos o cuando menos usar desinfectante en alcohol. Así que ya saben como disfrutar de la mejor y más barata comida del mundo sin sufrir ninguna consecuencia. 
Y como decía Julia Child, Bon Apetit!

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La primera foto es de un puesto de jugo de caña exprimido al momento, en India. La segunda es un pez recién atrapado en la Isla Holbox. 


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