26 abril, 2017

Conversando a través de un smartphone en Vietnam.

Ver viajeros por todo el mundo, caminando con un teléfono inteligente en la mano, como antes lo haría un explorador con su brújula o quizá un mapa desgastado a la mitad de la selva, es, actualmente, una realidad más común de lo que podríamos pensar. Sin importar la procedencia del viajero o la región por la que se transite, esta nueva herramienta ha ido escalando a velocidad vertiginosa en la escala de indispensabilidad en el variado y enorme universo de los "gadgets" de viaje, sustituyendo, algunos pensarían que irremediablemente, a los siempre buenos mapas, compases, cámaras fotográficas con película de 35 mm e incluso libros, en especial, tema de esta entrada, a los diccionarios o libros de frases de bolsillo, antes indispensables para la comunicación con los lugareños.

Me encontraba yo sentado sobre la calle, a las 6:40 de la madrugada en mi mentalidad mexicana, buena hora para empezar el día según la vietnamita, en una silla hecha más al tamaño de un niño que de mi no tan compacto cuerpo, en una calle residencial de Can Tho, localidad de gran actividad comercial fluvial en la región conocida como el delta del río Mekong, al sur de Vietnam. Frente a mi un buen vaso de café fuerte, un poco amargo, servido hasta el tope de hielo. A mi alrededor cinco pares de rasgados ojos vietnamitas fijadas en mis movimientos. Inmóviles todos en un muy incómodo silencio. 

El hombre que me había invitado a tan inverosímil reunión era un típico vietnamita de 43 años, casado, padre de un berrinchudo niño de 5 y exitoso hombre de negocios a quien yo había conocido la tarde anterior. Este sujeto, gracias a la oportuna intervención de la amiga de su mujer, a quien conocí por casualidad en el autobús, me había invitado a pasar la noche en su casa y ahora, por la mañana, me había llevado, indicado exclusivamente por el universal lenguaje de señas, a compartir el café matutino, actividad eminentemente masculina en Vietnam, en compañía de su habitual grupo de amigos. El problema era que ninguno de ellos hablaba ni una pizca de inglés y yo, claro está, ni un gramo de la lengua local.

Así, habíamos llegado al punto de observarnos en silencio y con curiosidad, todos con una leve sonrisa en el rostro, tratando de encontrar la manera de comunicarnos después de un par de fallidos intentos por ambas partes por cruzar algunas palabras, cada quien en la lengua que mejor pudo. En ese instante vino a mi mente una una idea. Recordé el traductor que, hombre previsor, había descargado en mi iphone antes de salir y que aún no había tenido la dicha de usar ni una sola vez. Recordé también que había visto la opción de dictado. Bendito sea Steve Jobs. 

Después de encontrar la mencionada opción, dicte la frase más simple que me vino a la mente en ese momento de expectación: hola, mi nombre es David y soy de México. Un click, (es un decir porque es sabido que ahora todo es tecnología touch) y para sorpresa de todos se reprodujo una mecánica voz en la lengua de mis oyentes. La carcajada general seguida de aplausos no tardo en llegar. Habíamos descubierto, cual hombres primitivos, la manera de comunicarnos.



Media hora después yo ya sabía que todos ellos eran casados, tenían hijos y que para mi desgracia, según los estándares vietnamitas, ya me había tardado demasiado en encontrar compañera y ponerle un anillo en el dedo. También que todos tenían como principal, más no único, medio de transporte una motocicleta de 125cc de motor, cosa frecuentísima en aquellas tierras como había podido observar desde el primer instante en el que puse pie en el país. Por su parte, ellos habían abierto en extremo sus rasgados ojos al escuchar que en México yo rodaba sobre una Harley-Davidson de 883cc de motor. "Eso es de carreras para nosotros", me dijo la voz del iphone a nombre de mi anfitrión. Para mi deleite, posteriormente les mostré una fotografía de mi mismo sobre la motocicleta, a lo cual recibí a cambio una oleada de aprobación e incluso palmadas en la espalda. 

Al terminar el segunda café, ya habíamos tenido una pausada y robótica conversación sobre nuestros empleos, siendo yo profesor universitario y ellos casi todos exitosos comerciantes de productos de fabricación nacional o china de todo tipo; o dueño, en el caso de mi anfitrión, de una discreta flotilla de autobuses de pasajeros en la región. Todo a través de mi iphone. Así es que sí, a veces el uso de nueva tecnología que llega a desplazar a más tradicionales herramientas puede parecer frívola, ser "mal vista" por algunos, pero en algunos casos también abre las puertas de otro mundo. De posibilidad de conocer más, de llegar más allá. La cosa es saber marcar la línea. 

***

La primera fotografía es el equipo de azafatas de China Eastern airlines que nos atendió en el vuelo. todas conectadas a sus smartphones mientras esperabamos el vuelo. 

La segunda fotografía soy yo con mi familia adoptiva en un festival de comida de la región.


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