23 julio, 2012

La Vainilla

-La vainilla es una orquídea, ¿lo sabía? Xanat. Yo he hablado con ella, conozco todos los secretos de sus vainas. Su voz es de mujer. Sólo de olerla, aun de lejos, puedo distinguir si es cimarrona, mestiza, mansa o de tarro. La mansa es la mejor. Se debe sembrar en los cuartos menguantes de marzo y julio. Debe hacerse así. Se entierran uno o dos bejucos de tamaño de una vara a un lado de los picochos, el cojón de gato, el cocuite, los colorines y se amarran con mucho cuidado a los troncos. La vainilla, aunque se alimenta de su raíz, necesita, como las mujeres, de un árbol sostén para enredarse en él y no morir. Para que se produzca el fruto hay que polinizarla con un pedazo afilado de bambú. Las manos de las indias, como las de mi abuela, María de la Luz, son las mejores para esta tarea. Hay que hacer tres limpias anuales. Tres años después, entre el 12 de diciembre y el 2 de febrero, se colectan las vainas todavía verdes. Paul decía que era una planta planifolia y que ni siquiera la de Madagascar se comparaba con la calidad y la fragancia de las flores negras de Papantla. ¡Si alguien pudiera describir el olor de la vainilla! La dulzura de su raíz y el embrutecimiento de su aroma mezclado con copal. Si hubiera palabras. Si pudiera traerla prendida siempre bajo mi falda. Pero una vez se´parada de los árboles la vainilla también se vuelve amarga, ¿sabía eso? Entonces la flor ya no está en manos de indios, sino bajo la mirada de los beneficiadores y los políticos. Son blancos ellos, mestizos, europeos. Ellos pagan poco a los que vienen cargando la cosecha desde allende los montes o se la roban de noche. Ellos conocen la violencia. Ellos organizan las vainas en enormes tendales en los patios centrales de sus casas para secarlas al sol, orearlas a la sombra y volverlas a secar después. Ellos, siguiendo el sistema de poxcoyón, hacen sudar a la vainilla envuelta en petates y frazadas dentro de los hornos, la seleccionan y la evalúan por lotes. Las mujeres ya no participan en eso, pero los hombres que lo hacen tienen que tener los ojos, las manos y la nariz bien adiestradas. La vainilla requiere exactitud, perfección. Mi padre era el mejor. Mi padre sabía que, una vez seca, había que dejar reposar la vainilla por lo menos dos meses, y que si ya no había humedad, entonces estaba lista para orearse otros noventa días. Mi padre sabía desenzacatar los bejucos, deshaciéndose de los que estuvieran manchados, rajados, reventados o tiernos, y no había otro como él para organizar la partición. Al supervisar la formación de los mazos de cincuenta vainas negras y casi cristalizadas en el beneficio de don Juventino Guerrero, cuando los trabajadores los envolvían en papel encerado y los empacaban en recipientes de hojalata listos ya para partir en cajas de cendro hacia Europa, mi padre les cantaba una canción de cuna sin importarle la sorna pública. Mi padre estaba loco. Mi padre, antes de aficionarse al aguardiente chuchiqui y perder hasta la dignidad, cuidaba de la vainilla como se debe cuidar a una mujer. El esposo de la vainilla, eso era mi padre. Santiago Burgos. Pero yo estoy loca, Joaquín, así que no me crea. No me crea nada. 

Fragmento tomado del libro "Nadie me verá llorar" de Cristina Rivera Garza. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario