13 diciembre, 2012

El mercado de San Juan

Ubicado en la calle de Ernesto Pugibet, a unas pocas cuadras del eje central, justo enfrente de la antenota de Telmex, el mercado de san Juan es un oasis para los capitalinos amantes de la gastronomía. Es un lugar fenomenal único en toda la ciudad, en donde uno tiene la oportunidad de volver a encontrarse con su, frecuentemente olvidado, niño interior a través del asombro. Esto, aunque suene algo raro de creer, muchas veces me ha ayudado a abandonar el estrés y el mal humor que trae la rutina diaria. Y es simplemente cosa de dejarse llevar por el reino de la comida. Por eso es, sobre todo, uno de mis mercados favoritos de toda la ciudad.

Sin embargo, este sitio puede llevar a uno a sentirse realmente abrumado al entrar, sobre todo las primeras veces. Es realmente sorprendente descubrir semejante variedad de colores, olores y productos tan poco comunes en los otros mercados. Ver tal cantidad de cosas desconocidas, o conocidas por muchos pero una presentación diferente puede ser una experiencia, digamos fuerte. A mi siempre me ha parecido que si fuera posible entrar en una enciclopedia como si fuera una casa, así seria la experiencia, aunque es una idea bastante psicodélica que yo tengo.

Por otro lado tiene una magia curiosa que puede tener el efecto contrario. En ocasiones me ha sucedido que llego al lugar algo acelerado o un tanto estresado por el trafico, el ruido del centro histórico, o la vida cotidiana en esta ciudad de locos. Hasta molesto podría decirse. Pero de pronto, conforme me voy adentrando en sus pasillos y me encuentro rodeado de ojos, colores, hierbas, frutas, personas hablando y gritando, voy entrando en una especie de hipnosis que me lleva a deambular por los locales de cabritos o por las pescaderías sin razón aparente, observando todo en silencio. Y aún cuando iba en busca de un producto especifico de repente me doy cuenta llevo dos horas ahí dentro. Al final, cuando salgo, me siento relajado, tranquilo y, principalmente, feliz. 

Un visita al mercado de San Juan también puede ser muy amena, en realidad. En otros mercados es frecuente que uno entre, compre lo que necesite, y salga. Punto. En san Juan no. Hay tantas cosas deliciosas, muchas veces no tan fáciles de encontrar que es inevitable probarlas o al menos contemplarlas por un momento. 

Un buen ejemplo es mi ultima visita en la que iba a investigar el precio de la pechuga de pato. Para empezar, como es época, me encontré locales con cerros de patos listos para suplir a los pobres pavos en las cenas de acción de gracias, que estaba por esos días. No tarde mucho en averiguar que la pieza que buscaba rondaba los cuatrocientos pesos por kilo. Sorprendido, caminaba rumbo a la salida cuando me tope con el famoso local de La Jersey y dije bueno, puedo echarme un bocadillo, el cual resultó ser un cuarto de focaccia azul que es preparada con bastante prosciutto y, aún más queso azul. Tanto que hasta la lengua se me entumió. La gente de ahí, siempre muy amable y sonriente, me enseño que el mejor jamón serrano, según el dueño del local (que estoy seguro debe de tener mucha experiencia en el tema) no es el español como se cree, si no el italiano, que además, no es tan caro. Esa gente también me ofreció un vasito de vino para acompañar, además de rematar con un postrecito de pan tostado, cubierto con queso mascarpone, una rebanada de higo, nuez y miel de abeja. Una verdadera delicia, y todo incluido en el costo de la focaccia. 

Cuando me disponía a salir, nuevamente dije bueno, porque no pasar por un café para rematar, así que caminé de regreso al local del ya clásico café Triana, en donde otro muy amable señor atiende siempre con una sonrisa y buena plática. Así fue que supe que el espresso cortado que me daría estaba hecho con el café que exportan desde Coatepec hasta Italia. Sumamente recomendable. 

Al final en el mercado de san Juan uno puede terminar embobado en los jardines de verduras, los muros de embutidos de todo el mundo, en las fortalezas de lechones tan frescos que uno camina de puntitas para no despertarlos, en los tendederos de patos, pavos y gansos, en los pescados más grandes que un perro o en las florecitas empaquetadas como carne. También uno puede salir y sentarse en el parque junto al mercado a comerse un higo critsalizado y descubrir que la iglesia de ahí fue construida por la más grande empresa de su época: la cigarrera El Buen Tono. 

En fin, para mi ir al mercado de san Juan es todo un paseo y una alegría, porque además la gente siempre es amable, cosa que siempre agradeceré.


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